De raíces boyacenses… sí, pero, desconozco si el “novoa”, mi novoa, es español, indígena o de otros lares. Lo que sé es que mi bisabuelo, Juan Novoa, llegó a Guayatá (sur de Boyacá) huyendo de la Violencia de la guerra de los mil días. Llegó a aquel pueblo de hermosas e intrincadas montañas de la cordillera oriental de los Andes, junto a mi tatarabuela y varios hermanos (su padre fue asesinado en aquella Violencia… una de las tantas en Colombia). Allí Juan Novoa creció y formó una familia al lado de mi bisabuela (años 20’s). Mi abuelito Campo Elías Novoa, al igual que sus hermanos, crecieron también en ese pueblo hasta que poco a poco sus historias fueron tomando rumbos diferentes.
De los mayores poco sé, pues cuando conocí esta historia y a algunos tíos abuelos ya muchos habían muerto, incluyendo a mi abuelito. Conocí al tío Domingo (hermano menor y viva copia de mi abuelito) y a la tía Bárbara (de quien mi papá pareciera hijo por tan asombroso parecido). Mi bisabuela murió a los pocos años de haber nacido Bárbara, por lo que ella contrajo matrimonio a muy corta edad con Rafael Gutiérrez. Ellos esperaron hasta que Bárbara tuviera suficiente edad para “encargar” su primer descendiente. Ambos, muy hacendosos, demasiado hacendosos, educaron a cuatro hijos y sostuvieron una finca de pancoger y caña de azúcar. Además, Rafael se desempeñó como jornalero durante algún tiempo y alquiló tierras para aumentar su producción agrícola; época durante la cual Bárbara asumió el manejo de su finca y de muchos aspectos familiares, ante la carencia de tiempo de Rafael (debía desplazarse a tierras que no siempre quedaban en la misma vereda).
Por su parte, mi tío Domingo y su esposa Concepción manejaron una finca fraccionada en lotes ubicados en un par veredas, teniendo que hacer día a día un recorrido maratónico para cuidar los pastos, ganados y cultivos de uno y de otro lado. Adicionalmente, Domingo hizo parte de los campesinos que construyeron puentes (interveredales) y caminos (reales y carreteras no pavimentadas) en Guayatá y cercanías a Guateque. El año pasado cruce por uno de aquellos puentes levadizos construido por él y sus vecinos, quienes de forma comunitaria lograron adelantar tales proyectos.
Sobre mi abuelito sé menos de lo que quisiera, pero puedo contar que a corta de edad –más o menos mi actual edad-, y luego de separarse de una mujer y su primer hijo, emprendió su camino hacia Bogotá. En esta ciudad conoció a una coterránea suya, Celina Rojas, mi abuelita. Al poco tiempo de dar a luz a mi papá, Humberto Novoa, ella perdió la vida de “un problema cardiaco”. Mi abuelito crío a mi papá durante los primeros años de vida de éste. Luego, contrajo matrimonio con Aura y se ubicó en la zona oriental que hoy es el barrio Altamira junto a Aura, los tres hijos de ella, su hijo Humberto, y los otros seis hijos que vendrían en los siguientes 20 años. Mi abuelito además de atender los cultivos en su casa (al lado de Aura), trabajó en la construcción de múltiples proyectos urbanísticos de la Bogotá de los años 60’s, como la construcción del tramo de la Av. 19 entre las carreras 3ra y Av. Caracas.
A finales de esa década, mi papá, de 15 años, iniciaría su vida laboral remunerada acompañando a mi abuelito, ya capataz de obra y al poco tiempo contratista, en la urbanización de la ciudad. Digo remunerada para diferenciar esta etapa de su vida infantil y juvenil en la que debió encargarse de tareas domésticas como recoger agua en el pozo, recolectar maderos en el bosque, ayudar con los cultivos y cría de cabras o cuidar de sus hermanas y hermanos. En aquellos años de profesión albañil (luego pagaría sus estudios, logrando un grado de técnico contable) participó en la construcción de las redes de acueducto en la zona en la que a finales de la década de los 70’s empezaría a construirse Modelia (en la localidad Fontibón – occidente de la ciudad)… barrio en el que él habitó entre 1994 y 2011; participó en la construcción del segmento del caño que atraviesa el bosque de San Carlos transformado en parque recreativo, segmento que va desde aquel punto cercano a la casa en la cual habitó Efraín González hasta el día en que fue dado de baja, ese mismo punto cercano a la casa en la que vivió el ciclista boyacense Roberto ‘Pajarito’ Buitrago y trabajó como empleada doméstica una hija de mi tío Domingo, y ese mismo punto que hace parte del barrio en el que por años ha vivido la familia paterna de mi mejor amigo (quien aún vive allí), desde ese punto hasta el hospital San Carlos; y, entre otro montón de obras, participó en la construcción de las plataformas sobre las cuales existen (1) el parque del edificio de Bavaria sobre la Av. Carrera 13 y del edificio del Centro Comercial Palma Real y (2) la plazoleta del Centro Internacional, de la cual a partir de este año (2011) es vecino…
Y de la cual ya era vecina mi mamá, Amparo Alvarez, cuando fue compañera de mi papá en la Academia Paciolo (esa misma en la que, calculo yo, unos 10 o 15 años después, se encontraron los papás de mi mejor amigo). Ella también costeó sus estudios (el técnico contable y el secretariado) y también debió trabajar desde muy pequeña. A los cuatro años era asistente de trucos y espectáculos de su tío Antonio; oculta en una pequeña caja debía asomar por una rendija de la caja tarjetas del color que su tío le indicará a través de un código secreto. También cuidó de sus hermanas y hermano e incluso trabajó (sin percatarse mucho de ello en tal momento) distrayendo a los policías que hacían redadas en la Perseverancia tratando de castigar a los dueños y dueñas de chicherías. Y me reservo de contar todos los trabajos, profesiones y pericias que mi mamá y mi papá han tenido en su vida compartida (lo que incluye la crianza de tres hijos).
Ahora, frente a todo esto confirmo que poco sé hacer, yo no podría ponerme a cultivar o cuidar ganado, menos puedo decir que sería capaz de aguantar un trabajo a sol y lluvia, ni puedo decir que haya hecho muchos esfuerzos en casa cuando niña (esos los hicieron mis padres), tampoco que los trabajos que he tenido desde los 17 han sido exigentes. Es que ni me siento preparada para la vida misma.
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