miércoles, 30 de noviembre de 2011

Reseña


BONFIL BATALLA, Guillermo. “El concepto de indio en América: una categoría de la situación colonial”. Anales de Antropología, Vol, IX. México, 1972.

Guillermo Bonfil Batalla (Ciudad de México, 1935-1991) vivió sus años de infancia en el periodo de la historia política mexicana en cuyos gobiernos fueron herederos directos de la revolución. Egresado de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, fue director del Instituto Nacional de Antropología e Historia y fundó el Museo Nacional de Culturas Populares. Sus trabajos sobre indígenas e indigenismo se enmarcaron en su visión crítica frente a temas como el mestizaje, la colonización, el desarrollo y el progreso. Así mismo, sus investigaciones se dirigieron a dar respuesta a situaciones tangibles de los pueblos indígenas, no solo en lo concerniente a la construcción de su identidad, sino a sus reivindicaciones por la autodeterminación, incluyendo el acceso al etnodesarrollo.

En el texto “El concepto de indio en América: una categoría de la situación colonial”, Bonfil Batalla señala la parcialidad e incapacidad de las definiciones de “indio” para abarcar el conjunto cultural de los pueblos indígenas. Para el autor, las definiciones elaboradas para “indio” históricamente (y bajo una trayectoria dinámica) han denotado una relación social y han poseído un contenido funcional y utilitario (a favor de quienes construyen la definición); convirtiéndose estas definiciones en categorías carentes de la especificidad de los grupos sociales a los que pretenden comprender.

Bonfil repasa las distintas nociones a cerca del indígena y del indio, observando sus criterios e implicaciones. Los conceptos más recientes hacen referencia a criterios como las características biológicas, la cultura material o el uso de una lengua; de modo que, establecen unos criterios, más o menos inflexibles, en algunas ocasiones parciales o en otras que no deberían tomarse como necesarios. En adición, por un parte, los conceptos otorgados desde la academia suelen ser particulares y responden únicamente a investigaciones específicas o que correspondan a determinada región; y, por otra parte, en el uso cotidiano y jurídico del concepto de indio adquiere un peso importante el autopensarse como indígena, y un peso de mayor impacto, el pensar al otro como indígena.

Sin embargo, Bonfil centra su ensayo en la definición colonial, universalizante y uniformista de la categoría de indio. El indio como persona colonizada y despojada de las características de su cultura que lo diferenciaban de uno u otro pueblo indígena, solo puede entenderse, en la categoría de indio, por la relación de dominio en la que es sometido a la inferiorización. De forma complementaria se establecen otras categorías, negro: esclavo y español: superior. Todas estas categorías expresan un orden jurídico y un modo de realizarse el contacto social cotidiano. Y si bien esta estructura surge en la época colonial, tras las independencias, el concepto de indio se reafirma en su carácter de inferioridad y de necesidad, entonces, por ciudadanía, incorporación en el proyecto republicano y progreso. De este modo, Bonfil argumenta que la categoría supraétnica de indio ha sido un fenómeno histórico persistente en la racionalización del orden social.

Finalmente, Bonfil propone la superación del concepto indio, en tanto categoría, mas no como entidad étnica. Esta última posibilita a los pueblos indígenas para retomar el hilo de su propia historia, de su destino. Así, por ejemplo, como señala en su artículo “Historias que todavía no son historia”, la reconstrucción de la historia indígena no es una mera idealización del pasado, sino es el mecanismo de reforzar la identidad étnica y de visualizar un futuro propio. Estos elementos permiten hablar de la incorporación de los pueblos indígenas en el pacto social del estado-nación en una posición no de inferioridad o dependiente de la función que se les busque atribuir, sino en una posición que les permita negociar y participar de las reglas de la democracia sin exclusión. Un ejemplo de esto es lo que señala Gross[1] al referirse al cambio del modo de regularse las relaciones entre los pueblos indígenas y el estado colombiano tras la constitución de 1991. De manera que superar la categoría de indígena posee implicaciones tanto en la construcción de identidad individual y étnica, como en las relaciones interétnicas. Así mismo, implica retos sobre la gestión frente al cambio en la concepción de etnicidad y frente al acceso al poder institucional.



[1] GROS. “Indigenismo y etnicidad: el desafió neoliberal”. En: Gros, Cristian. Nacion, Identidad y Violencia. Universidad nacional, Universidad de los Andes, Ifea. Bogota. 2010,

Comentarios sobre el libro “El queso y los gusanos. El cosmos, según un molinero del siglo XVI” de Carlo Ginzburg. Trad. Francisco Martín.

Carlo Ginzburg presenta a través de este libro una propuesta historiográfica a partir del estudio, investigación y análisis de la historia de un individuo; en este caso del molinero Menocchio, quien soportó dos procesos inquisitoriales a causa de sus ideas displicentes para el orden católico. A cerca de la validez de esta propuesta, el autor señala que en tanto su objetivo es el de aproximarse a una explicación de la cultura popular del siglo XVI, más allá de entender a ésta como una cultura residual de la cultura de las clases superiores o dominantes, el estudio de un microcosmos como el caso de Menocchio es suficientemente representativo si se tiene en cuenta que “nadie escapa de la cultura de su época y de su propia clase”. La cultura, así como la gramática, ofrece a los individuos un horizonte de posibilidades latentes, condiciona su libertad de actuar inconsciente. Es por esto que las experiencias de un individuo, aún cuando éstas se alejen de aquellas de un individuo promedio como en el caso de Menocchio, ofrecen indicios sobre una cultura común de clase.

Es así que Ginzburg a partir de una serie de fuentes secundarias y de documentos primarios de tres clases (los dos procesos del Santo Oficio a Menocchio, documentos sobre su actividad económica y la de sus hijos, páginas autógrafas y referencias sobre sus lecturas) plantea ejemplos que sustentan su propuesta. Por ejemplo, las lecturas de Menocchio reflejan la influencia de la tradición oral rural sobre su interpretación de textos como el Il Sogno dil Caravia; de forma que su cosmogonía respondía a una convergencia entre las mitologías campesinas y las ideas de los intelectuales más doctos o refinados.

Sin embargo, la extracción de estas conclusiones y la propia lectura de las fuentes primarias encontradas deben ser relativizadas en la medida que se imponen obstáculos de interpretación por las propias características de estas fuentes. En el caso de los procesos inquisitoriales, la lectura debe ser cuidadosa en la determinación de las relaciones de poder que circunscribían los procesos. Este aspecto fue tenido en cuenta por Ginzburg, mas en el texto no se percibe claramente una distinción entre las situaciones de ambos procesos, es decir, no son precisados los eventuales cambios de actitud, identidad e, incluso, principios morales de Menocchio entre uno y otro proceso (los cuales tuvieron una separación de 15 años). Otro aspecto a tener en cuenta es la delimitación entre lo aquello propio de un individuo (de Menocchio) y aquello que se permea por el simple hecho de que las personas no existen solas; es evidente que la forma de expresarse de Menocchio irreverentemente, con iniciativa y empleando metáforas ilustrativas puede ser atribuible con más facilidad a las características personales del molinero, pero, no es tan claro que su percepción de descontento frente las jerarquías del poder, principalmente en el caso de la instituciones religiosas, sea atribuible o no a un inconformismo más o menos generalizado que se presentó en el campo incluso antes de la reforma (la cual para Ginzburg sólo visibilizó y potencializó tal inconformismo).

Subjetividad de la ciencia y descubrimientos

En La vida maravillosa Stephen Gould aborda dos debates de la teoría evolutiva. El primero se refiere al modo en el que sucede la propia evolución: de forma gradual o de forma abrupta. El segundo tiene que ver con la representación gráfica y estructural del árbol filogenético. No obstante, su investigación le permite postular algo adicional a lo que respecta a dichos debates, él señala el carácter de azar de la aparición del ser humano. El autor aborda estos temas a partir de la investigación acerca de los descubrimientos y resultados obtenidos de estudios realizados en Burgess Shale, Canadá, donde en 1909 fueron encontraron restos fósiles de fauna (Cámbrico). A lo largo de la obra, persigue dar a conocer y comprender los descubrimientos del profesor Harry Whittington (1971) quien lidera la reinterpretación de Burgess Shale y “de toda la historia de la vida, incluida nuestra propia evolución”.

En primer lugar, Gould señala el papel de las iconografías en el reforzamiento de una visión predominante, lo cual impide visualizar la no linealidad de la evolución; uno de sus ejemplos es la escala de Osborn, 1915, que representa el progreso evolutivo del cerebro del Homo. Esta forma de acercarse al conocimiento influenció los primeros resultados obtenidos de Burgess Shale (limitados también por el desconocimiento acerca del periodo Precámbrico). Así, los restos fósiles de invertebrados (tejido blando) fueron puestos, por su descubridor C. D. Walcott, como una rama primitiva del tradicional árbol filogenético de la vida en la Tierra. Whittington da un giro a esta representación al identificar anatomías únicas y anatomías bastante alejadas del diseño propuesto por Walcott. Esto implica una mayor diversidad en la base del árbol y la sobreviviencia en el tiempo de tan solo algunas de sus ramas; en otras palabras, la reinterpretación evidencia el inicio de la vida pluricelular de forma intempestiva y con tal complejidad que “excluye la hipótesis de una transmutación de grados de existencia inferiores a superiores” (Gould 1999: 53-55).

Como se ha señalado, Gould procura en su libro presentar un mensaje (generalidad) dado por la reinterpretación de los menospreciados fósiles de Burgess Shale; así mismo, busca la belleza (detalles) al pormenorizar los aspectos referidos al estado en el que C.D. Walcott realizó su investigación, las características del hallazgo, algunos detalles de las expediciones e incluso de la vida de los expedicionarios, las técnicas paleontológicas para obtener imágenes y muestras, la forma en que se construyó la anatomía de las especies halladas y las particularidades del debate taxonómico. En medio de su esfuerzo por señalar estos bellos detalles y a partir de las diferentes historias, anécdotas y narraciones, el autor muestra un punto de inflexión, no milagroso o fortuito: el análisis particular del Opabinia, especie que no podía ajustarse al diseño de ningún género conocido. La cual, al igual que otras rarezas de Burges Shale, revela la disparidad y la singularidad de la anatomía de las especies halladas.

Es resaltable el que la iconografía científica y popular y el lenguaje sean lineales en la representación de la evolución. Más la evolución se refiere a procesos de cambio en los ecosistemas; el cambio, evidentemente, no está planificado y, por tanto, la evolución no puede ser predecible. La concepción de progreso, un error para Gould, conduce a ubicar la presente realidad en el centro de toda la vida que ha existido a lo largo de la historia del mundo de la que se tiene registro. Así, la especie que aún vive entre muchas de las que comparten una conexión evolutiva, es ubicada como máxima expresión evolutiva entre las especies de su conexión, negando los “méritos” o las sorprendentes adaptaciones de éstas frente a los ambientes en los que vivían; ese es el caso de los animales del género Homo.

Bibliografía: Gould, Stephen J. 1999 . La vida maravillosa: Burguess Shale y la naturaleza de la historia. J. Ros, trad. Pp. 1-209. Barcelona: Editorial Crítica.

Reflejos de sí mismos: la ciudad

Sennett, urbanista y heredero del concepto de clases sociales, resalta en su obra la influencia del espacio y del trabajo sobre el modo en que se constituye la vida urbana de las personas. En Carne y piedra, el autor aborda la historia de la ciudad a partir de las experiencias de los individuos en el contexto urbano. En los primeros cuatro capítulos, el periodo temporal contemplado inicia cerca del año 431 a.c., año en el que tuvo lugar la Guerra del Peleponeso, hasta los Siglos I y II, tiempo en el que Roma vivía el cambio al monoteísmo.

El autor señala dos aspectos fundamentales en Carne y piedra: (1) Cómo ciertos hitos históricos marcan un momento significativo en la experiencia de los individuos y a su vez en su relación con el espacio en el que viven. Razón por la cual su investigación se delimita temporalmente por determinados hechos, así, desde la culminación de una edificación hasta el cambio profundo que significó la supremacía del monoteísmo. Y, principalmente, (2) cómo ha prevalecido la conexión entre los cuerpos humanos y las obras de arquitectos y urbanistas.

Para Sennett, en cada momento histórico, los individuos consensuan un concepto de su propia imagen corporal, haciendo las distinciones del caso en función de las diferentes clasificaciones por tipos de individuo. Esta imagen se traslapa a la imagen de la ciudad. La percepción del individuo y de su vida social transforma el paisaje en el que éste se desenvuelve, de-construye y construye la arquitectura y la planificación urbana de su entorno; mientras se configuran ciudades modelo en respuesta a las aspiraciones y creencias de las personas modelo. En Carne y piedra, la idea sobre el individuo y sobre cómo es su vida social se determina en una relación bilateral con la forma de las relaciones espaciales de los cuerpos humanos (Sennett, 1997:19).

Entre los ejemplos que Sennett emplea para mostrar el modo en que operan las conexiones entre cuerpo y ciudad, como espacio construido, el más evidente es el de Atenas. En este caso, el autor señala la correspondencia entre la exhibición del cuerpo del ciudadano, la de las ideas y la de las obras arquitectónicas. De igual modo sucede con las superficies, las posturas y el interés por hacer una distinción entre individuos; todas estas características de las relaciones sociales tienen su representación en el espacio urbano. Sin embargo, el autor no hace manifiesta la influencia de la relación hombre – medio natural, ni en la planificación urbana, ni en la propia arquitectura. No solo en lo que respecta a las exigencias que la geografía impone a uno u otro grupo social, sino en lo que concierne al concepto de aislar o incorporar a la naturaleza a su diseño arquitectónico.

Bibliografía: Sennett, R. 1997. Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental. C. Vidal, trad. Pp. 1 – 160. Madrid: Alianza Editorial.

Del manual de antropología

En el libro El desarrollo de la teoría antropológica Harris realiza una rigurosa investigación sobre las teorías antropológicas o de otras disciplinas que han entrado en contacto con aquellas, a fin de indagar en la metodología de la búsqueda de leyes aplicables a la historia; en otras palabras, de explorar en la formulación de una teoría general de la evolución sociocultural. El autor declara que poco se ha avanzado en este propósito, a pesar de haber logrado establecer un principio en los estudios antropológicos: otorgar prioridad a las condiciones materiales de la vida sociocultural; pues este principio no ha sido aplicado consistentemente por los antropólogos. En los capítulos 19, 20, 22 y 23, Harris continua su pesquisa de las teorías antropológicas para llegar finalmente a aquellas que con mayor claridad se enmarcan en el materialismo cultural; postura defendida por el autor. 
En lo que denomina la antropología social británica (primeras décadas del S. XX), los investigadores esperaban salvar el cientifismo y la búsqueda de leyes socioculturales. El autor indica que sus explicaciones partieron de la idea de Unidad funcional, la cual se basó en la relación entre los conceptos función y estructura social, es decir, en la contribución de una institución al mantenimiento de las interrelaciones entre grupos territoriales, de parentesco y políticos. Harris destaca la definición de sistema sociocultural como la sumatoria de la estructura social, lo ecológico y lo cultural, equiparando los conceptos empleados por Radcliffe-Brown y la tripartición marxista (la estructura social, lo tecnoeconómico y lo ideológico), y proponiendo ahondar en la conexión entre la estructura y las pautas tecnoeconómicas.
Harris continúa su análisis con la nueva etnografía o etnolingüística. Un movimiento de mitad del siglo XX (principalmente desarrollado en Estados Unidos) cuyos principios giran en torno a la rigurosidad de los criterios etnográficos de descripción y análisis; y cuya actual fortaleza radica en que sus presupuestos teóricos son compartidos por los científicos sociales contemporáneos de distintos enfoques teóricos. Esta corriente incorpora los conceptos emic (sistema de “cosas” consideradas significativas por los actores mismos) y etic (interpretación exógena a aquella de los miembros de la cultura); los cuales Harris define como base epistemológica de particular interés para el materialismo cultural. El autor hace especial énfasis en la confusión recurrente entre estas dos prácticas. Algunos de sus ejemplos son: cuando el analista trasciende la inconsciencia del propio actor frente a determinados aspectos y se procede a anular la distinción entre emic y etic conciliando la idea del actor y la descripción del analista; o cuando se convierten en categorías etic, categorías emic identificadas en diversas culturas.
Finalmente, Harris señala que la cuestión persistente es la de establecer diferencias, paralelismos y convergencias entre los procesos de cambio cultural, y sus causas. Resalta el trabajo de Leslie White (evolución general - herencia de Tylor y Morgan) y Julian Steward (ecología cultural - herencia de Boas) cuyos puntos de vista se distinguen por la aplicación del materialismo cultural en la comprensión de la historia. Sus trabajos son de especial interés para Harris por sus aportes al enfoque materialista: White emplea el concepto de energía en los procesos de evolución y defiende la búsqueda de leyes generales, si bien es consciente de que “ninguna ley general explica todos los aspectos de los casos particulares”; por su parte, Steward emplea la articulación entre procesos de producción y hábitat. En ambos casos priman las variables tecnoecológicas y tecnoeconómicas, y se incorpora la idea de determinismo.
Algunos puntos en los que se podría profundizar son: (1) los argumentos que sustentan el hecho de que la separación entre emic y etic no implique que una u otra práctica posea un acercamiento a la realidad o un status científico mayores; (2) el sustento y el significado de poner en duda el status empírico del trabajo del analista cuando se procede a anular la distinción entre emic y etic conciliando la idea del actor y la descripción de analista; y (3) las criticas precisas al materialismo cultural y los elementos teóricos y prácticos aún débiles en este enfoque.
Bibliografía: Harris, M. 1983. El desarrollo de la teoría antropológica. Historia de las teorías de la cultura. R. Valdes del Toro, trad. 4ta edición. Pp. 445-523 y 549-596. Madrid: Siglo XXI Editores.

Somos como dinosaurios

Especializados al extremo, nos convertimos en individuos incapaces de sobrevivir ante un cambio ambiental vertiginoso. Los dinosaurios, especializados por sus hábitos alimenticios, sucumbieron inexorablemente y sin dejar mayor rastro que el proveniente de las especies emparentadas por un camino evolutivo común. Los humanos, como especie, no nos consideramos como especializados; por lo que se estima que ante un cambio en las condiciones ambientales, expedito o lento, no desapareceríamos y los sobrevivientes lograrían reproducir la especie. Sin embargo, no es tan fácil predecir un desenlace no fatal. Como individuos somos especializados, muchos desconocemos aquello de lo que se abandera la sociedad no ‘salvaje’: la agricultura. El conocimiento en nuestra sociedad ha sido manejado de forma tal, que cada persona desconoce casi la totalidad de las técnicas y herramientas que empleamos para el funcionamiento del sistema de producción, distribución y consumo. La inutilidad de cada cual ante la casi totalidad de ámbitos de la vida es apreciable. Si hubiese una catástrofe, entre los sobrevivientes deberá confiarse en que algunos de ellos tengan el conocimiento suficiente para asegurar la alimentación de la población, más aún si por la catástrofe no es posible contar con una economía basada en la recolección. Situación diferente se tendría en caso de hablar de sociedades indígenas en las que la división del trabajo no significa especialización. Entre ellas el conocimiento es generalizado y la división del trabajo existente, por género, se acompaña de múltiples formas de trabajo colectivo; en las que niñas y niños colaboran a sus madres y padres en la medida de sus capacidades, y en las que hombres y mujeres participan de la labor del otro género y de las actividades en general según se requiera más o menos fuerza de trabajo (“eficiencia” desde nuestra perspectiva). Quizá algo, más valioso de lo que se quiere reconocer, nos pueda indicar esta forma de organización.

Yo no fui…

Una pregunta sencilla pero de desconocida respuesta ¿porqué los pastusos son calificados en Colombia como los “tontos” por haber sido realistas durante el período de las luchas independentistas y no sucede así con los samarios quienes fueron también bastante realistas?

Y yo que no sé hacer na’

De raíces boyacenses… sí, pero, desconozco si el “novoa”, mi novoa, es español, indígena o de otros lares. Lo que sé es que mi bisabuelo, Juan Novoa, llegó a Guayatá (sur de Boyacá) huyendo de la Violencia de la guerra de los mil días. Llegó a aquel pueblo de hermosas e intrincadas montañas de la cordillera oriental de los Andes, junto a mi tatarabuela y varios hermanos (su padre fue asesinado en aquella Violencia… una de las tantas en Colombia). Allí Juan Novoa creció y formó una familia al lado de mi bisabuela (años 20’s). Mi abuelito Campo Elías Novoa, al igual que sus hermanos, crecieron también en ese pueblo hasta que poco a poco sus historias fueron tomando rumbos diferentes. 
De los mayores poco sé, pues cuando conocí esta historia y a algunos tíos abuelos ya muchos habían muerto, incluyendo a mi abuelito. Conocí al tío Domingo (hermano menor y viva copia de mi abuelito) y a la tía Bárbara (de quien mi papá pareciera hijo por tan asombroso parecido). Mi bisabuela murió a los pocos años de haber nacido Bárbara, por lo que ella contrajo matrimonio a muy corta edad con Rafael Gutiérrez. Ellos esperaron hasta que Bárbara tuviera suficiente edad para “encargar” su primer descendiente. Ambos, muy hacendosos, demasiado hacendosos, educaron a cuatro hijos y sostuvieron una finca de pancoger y caña de azúcar. Además, Rafael se desempeñó como jornalero durante algún tiempo y alquiló tierras para aumentar su producción agrícola; época durante la cual Bárbara asumió el manejo de su finca y de muchos aspectos familiares, ante la carencia de tiempo de Rafael (debía desplazarse a tierras que no siempre quedaban en la misma vereda).
Por su parte, mi tío Domingo y su esposa Concepción manejaron una finca fraccionada en lotes ubicados en un par veredas, teniendo que hacer día a día un recorrido maratónico para cuidar los pastos, ganados y cultivos de uno y de otro lado. Adicionalmente, Domingo hizo parte de los campesinos que construyeron puentes (interveredales) y caminos (reales y carreteras no pavimentadas) en Guayatá y cercanías a Guateque. El año pasado cruce por uno de aquellos puentes levadizos construido por él y sus vecinos, quienes de forma comunitaria lograron adelantar tales proyectos.
Sobre mi abuelito sé menos de lo que quisiera, pero puedo contar que a corta de edad –más o menos mi actual edad-, y luego de separarse de una mujer y su primer hijo, emprendió su camino hacia Bogotá. En esta ciudad conoció a una coterránea suya, Celina Rojas, mi abuelita. Al poco tiempo de dar a luz a mi papá, Humberto Novoa, ella perdió la vida de “un problema cardiaco”. Mi abuelito crío a mi papá durante los primeros años de vida de éste. Luego, contrajo matrimonio con Aura y se ubicó en la zona oriental que hoy es el barrio Altamira junto a Aura, los tres hijos de ella, su hijo Humberto, y los otros seis hijos que vendrían en los siguientes 20 años. Mi abuelito además de atender los cultivos en su casa (al lado de Aura), trabajó en la construcción de múltiples proyectos urbanísticos de la Bogotá de los años 60’s, como la construcción del tramo de la Av. 19 entre las carreras 3ra y Av. Caracas.
A finales de esa década, mi papá, de 15 años, iniciaría su vida laboral remunerada acompañando a mi abuelito, ya capataz de obra y al poco tiempo contratista, en la urbanización de la ciudad. Digo remunerada para diferenciar esta etapa de su vida infantil y juvenil en la que debió encargarse de tareas domésticas como recoger agua en el pozo, recolectar maderos en el bosque, ayudar con los cultivos y cría de cabras o cuidar de sus hermanas y hermanos. En aquellos años de profesión albañil (luego pagaría sus estudios, logrando un grado de técnico contable) participó en la construcción de las redes de acueducto en la zona en la que a finales de la década de los 70’s empezaría a construirse Modelia (en la localidad Fontibón – occidente de la ciudad)… barrio en el que él habitó entre 1994 y 2011; participó en la construcción del segmento del caño que atraviesa el bosque de San Carlos transformado en parque recreativo, segmento que va desde aquel punto cercano a la casa en la cual habitó Efraín González hasta el día en que fue dado de baja, ese mismo punto cercano a la casa en la que vivió el ciclista boyacense Roberto ‘Pajarito’ Buitrago y trabajó como empleada doméstica una hija de mi tío Domingo, y ese mismo punto que hace parte del barrio en el que por años ha vivido la familia paterna de mi mejor amigo (quien aún vive allí), desde ese punto hasta el hospital San Carlos; y, entre otro montón de obras, participó en la construcción de las plataformas sobre las cuales existen (1) el parque del edificio de Bavaria sobre la Av. Carrera 13 y del edificio del Centro Comercial Palma Real y (2) la plazoleta del Centro Internacional, de la cual a partir de este año (2011) es vecino…
Y de la cual ya era vecina mi mamá, Amparo Alvarez, cuando fue compañera de mi papá en la Academia Paciolo (esa misma en la que, calculo yo, unos 10 o 15 años después, se encontraron los papás de mi mejor amigo). Ella también costeó sus estudios (el técnico contable y el secretariado) y también debió trabajar desde muy pequeña. A los cuatro años era asistente de trucos y espectáculos de su tío Antonio; oculta en una pequeña caja debía asomar por una rendija de la caja tarjetas del color que su tío le indicará a través de un código secreto. También cuidó de sus hermanas y hermano e incluso trabajó (sin percatarse mucho de ello en tal momento) distrayendo a los policías que hacían redadas en la Perseverancia tratando de castigar a los dueños y dueñas de chicherías. Y me reservo de contar todos los trabajos, profesiones y pericias que mi mamá y mi papá han tenido en su vida compartida (lo que incluye la crianza de tres hijos).
Ahora, frente a todo esto confirmo que poco sé hacer, yo no podría ponerme a cultivar o cuidar ganado, menos puedo decir que sería capaz de aguantar un trabajo a sol y lluvia, ni puedo decir que haya hecho muchos esfuerzos en casa cuando niña (esos los hicieron mis padres), tampoco que los trabajos que he tenido desde los 17 han sido exigentes. Es que ni me siento preparada para la vida misma.

¿Y cuándo fue el comienzo de la decadencia del país?

Cierto día tuve la oportunidad de hablar con un Señor quien se dirigió a la futura Unidad de Restitución de Víctimas (Bogotá) a solicitar la restitución de un predio usurpado por paramilitares. Su historia, afortunadamente, no tan dolorosa (en términos de desapariciones, secuestros, y amenazas directas), es suficientemente fuerte como para suscitar una serie de cuestiones hacia la sociedad y hacia una misma. Su tierra, ubicada en un municipio cercano a la turísticamente famosa Melgar, no es de modo alguno una próspera finca productora de grandes excedentes. Por el contrario, se trata de una finca bastante improductiva; pero, no por falta de manos laboriosas que de ella se ocupasen, sino por la falta de inversión pública en infraestructura, en recursos tecnológicos, en educación (y no me refiero a la educación que recibimos en las zonas urbanas que por cierto, en parte, me parece inútil incluso para la ciudad), y, evidentemente, en seguridad. La finca fue usurpada con la descarada participación de la inspección de policía (¡¡institución que en algunos casos “ayuda” a las personas a desplazarse!! –para que no hagan denuncias ni se ocupen de recuperar sus tierras). Entonces, surgen preguntas ¿desde cuándo no hay plata para las zonas rurales, para esas zonas donde se produce el sustento de la economía nacional? (sustento en cuanto a alimentación y en cuanto a los principales renglones de los productos de exportación), ¿desde cuándo el Estado no funciona, ni en alcance, ni en fuerza, y menos en confianza?, ¿desde cuándo no han sido ciertas las promesas y declaraciones de los políticos (representantes o no)?, ¿fuimos cayendo a pedazos o todo el país se hundió al mismo ritmo?, ¿o acaso fue todo el mundo quien cayó y no lo hemos notado porque de la globalización se suele hablar solo de forma positiva? O bueno, quizá, ¿nunca despegamos, nunca hubo grandes riquezas capitalistas que repartir, y siempre, las pocas que hubo, se repartieron entre aquellos más audaces en el sistema político y económico en el que vivimos? Y bueno, haya habido o no un pasado menos pobre (en términos económicos) y menos corrupto, ¿podremos despegar o recuperarnos?, ¿cómo?, ¿cómo? si parece que oportunidades con la reparación y restitución de bienes a víctimas del conflicto no van a lograr ser acompañadas por grandes reformas como la agraria, ¿cómo? si cada vez la regla fiscal es más estricta y rajadora: si van a poner impuestos progresivos hay tabla; si van a hacer inversión social hay tabla; si van a incrementar el presupuesto en educación superior hay tabla…

No somos una historia paralela

Muchas han sido las mujeres protagonistas de la historia de lo que hoy es llamado Colombia. Muchas mujeres han dado su vida por causas bien reconocidas en nuestra actualidad, muchas han sido líderes en ámbitos académicos, industriales, etc., y muchas han sido conscientes de los diferentes tintes de opresión de los que han sido sujetas a pesar de su constante lucha. La historiografía sobre Colombia poco ha hecho por reflejar estas historias de lucha y acción de las mujeres. Los estudios históricos van, por un lado, contando historias y, por otro lado, contando algunas pocas historias sobre mujeres. Así, por ejemplo, en “la historia sobre la independencia”, se habla de las historias de la independencia (con “s”: copiosas historias en las que confluyen una serie de nombres masculinos), la historia de Policarpa Salavarrieta, la historia de Manuelita Saénz, la historia de María Concepción Loperana, etc. Historias fragmentadas, muchas veces pasionales, o con un inicio que, casi de forma inexorable, arranca con al menos la mención de un hombre. “Metodología” quizá justificable desde una interpretación antropológica por el contexto de la época, pero fácilmente criticable en las historias sobre la mujer colombiana de hoy: lindas páginas de prensa (por lo general) en las que se inscriben un montón de resúmenes biográficos desarticulados a la historia del país, mientras que “la historia del país” se cuenta bajo (casi) total omisión de las protagonistas mujeres y, de hecho, de la mujer, de las mujeres, de las colombianas. Pero, bueno, ahí vamos, cada vez más en la historia y en la legislación se evidencia el interés por incorporar a la mujer en la vida del país.