viernes, 2 de diciembre de 2011

Divagando

Fue una buena ocasión para leer Las aventuras de Tom Sawyer, no solo por las coincidencias, sino por el placer de leer de nuevo y con otra mirada un libro tan emotivo. Lo había leído hace unos 10 años creo yo, y recuerdo haber pensado que la vida de Tom era la de un muchacho muy mayor a mí por lo que sus aventuras no eran las de mi edad, por lo que eran distantes a mi realidad. Ahora tuve una impresión nostálgica, pero lejos de deberse a recuerdos y añoranzas de la niñez, este sentimiento creo que responde a que ahora Tom parece un muchacho muy menor a mí y poseedor de un espíritu que envidio, no solo por su ánimo aventurero sino por la amistad que ofrece a los otros niños de la historia de Samuel Langhorne Clemens. No es que sea realmente muy menor, pues siento que estoy en la edad de tomar riesgos y recrear mis propias aventuras (obviamente, en un país en conflicto armado escasean las posibilidades). Y no es que yo no haya tenido amigos, lo que sucede es que no cultivé la amistad y de la mayoría ya no sé nada. 
Sobre las coincidencias (de las que Samuel es protagonista “Twain nació durante una de las visitas a la Tierra del cometa Halley, y predijo que también «me iré con él»; murió al siguiente regreso a la Tierra del cometa, 74 años después”), no solo fue el 176avo aniversario de nacimiento de Mark Twain y no solo fue que confirmara en mi realidad (Bogotá - Colombia, egresada reciente de pregrado de economía) algunas de las reflexiones del autor, como los panegíricos a la vida que las niñas debían escribir para sus exámenes finales en el colegio… algo así fue visto en el Marymount de Bogotá en sus años de colegio femenino. La principal coincidencia fue que el libro me acompaño en mi travesía hacia Montevideo (Uruguay).
Y aquí cambia el curso de la historia. Viajaba Bogotá – Montevideo con escala en Lima, estando en Lima la aerolínea decidió llevar a los pasajeros únicamente hasta Córdoba (Argentina, a doce horas por tierra de Bs As más tres horas en Buquebus hasta Montevideo) y allí cada uno debió responder por el resto de su viaje. Tuve la oportunidad de conocer Córdoba y eso estuvo muy bien, también volé sobre Bs As y crucé la desembocadura del río Uruguay (llamada Río de la Plata... yo creía que era un río). Constaté que si bien hay múltiples coincidencias en la vida de una y otra ciudad, las diferencias también son evidentes pero no radicales, es decir, no significan que no podamos entendernos o compartir (como en la diversidad sexual). Lo más llamativo, y por no hablar de las semejanzas negativas como el abandono de zonas en la ciudad o la marginalización a personas, fue la comida. Viajé buscando el plato típico, como lo enseñan en la escuela y colegio colombianos. Pero, no encontré los platos típicos por región, solo carne y comidas rápidas. Ni la bandeja paisa de Paysandú, ni el sancocho de Maldonado, ni el ceviche de Colonia, ni el ajiaco de Canelones. Nada. Solo carne y chivitos, pizza, perros y las hamburguesas colonialistas. Quizá muestra del afán entre los colombianos por establecer diferencias… que si eres costeño eres bullicioso, que si eres rolo eres frío (en las relaciones sociales), que si marchas por aumentar el presupuesto de la educación pública eres mamerto, que si marchas por rechazar los actos violentos de las FARC eres de derecha, que si vistes de azul puedes ser golpeado por los de rojo o verde al salir del partido… etc., etc., etc… No conocí lo suficiente, pero este tema de la dieta nacional vrs. las dietas regionales amerita estudio para no responder rápidamente, debe ser la geografía, sí, influye pero siempre hay algo más.

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